sábado, 25 de marzo de 2017

DILEMA MORAL sobre manipulación genética de Ignacio Vidal ( finalista Olimpiadas filosóficas 2017 )






Hace un par de días, al terminar una clase de biología, a raíz de los cromosomas y genes que estábamos estudiando, surgió un pequeño debate entre algunos de nosotros, referente a la modificación genética humana.
Hoy en día, vas al supermercado y ya casi nada es como era. “No, yo solo consumo alimentos naturales…” Pero, ¿qué me dirías si te demostrara, que incluso los tomates que compras (supuestamente naturales), han sido modificados genéticamente para ser más rojos, más grandes y más apetecibles? De hecho, recientemente “se han creado” las primeras vacas transgénicas con un gen modificado que les hace inmunes a la tuberculosis. Esto no es ninguna broma, sino más bien, una realidad que cada vez va a estar más presente en nuestra sociedad.
A dónde quiero llegar con lo anterior es que, si se ha podido hacer con vacas, peces, cerdos, mosquitos, etc., ¿por qué no hacerlo con humanos; para hacernos más fuertes, más altos, más guapos e incluso, menos vulnerables a las enfermedades? La ciencia lo tiene claro, SE PUEDE.
La pregunta es: ¿Debemos?

Imaginémonos la siguiente situación:
El mejor grupo de científicos del mundo está trabajando para buscar la forma de modificar genéticamente a los humanos. Pero hay un “aventajado” que es nuestro personaje. Dentro del equipo, él es el único que llega a descubrir lo que andan buscando. Pero, al alcanzar su objetivo, él es un hombre precavido y se detiene a meditar si ha de hacerlo o cuáles son sus opciones.
La primera, y más evidente, sería la de seguir adelante con la investigación y presentarle al mundo la nueva posibilidad que la ciencia nos ha brindado.
Al llevar a cabo este descubrimiento, las posibilidades serían casi infinitas: cánceres curados, aumento más que significativo de la esperanza de vida, erradicación de la malaria, eliminación de enfermedades degenerativas desde los primeros días del embarazo, adiós al SIDA, mejoras de salud en general, etc.
En conjunto, supondría un increíble avance desde el punto de vista evolutivo (Siempre habría gente que, al no ocurrir de forma natural, sino ser una intervención por nuestra parte, no lo consideraría evolución).




 Pero ya que estamos, ¿por qué yo, como padre, no voy a poder decidir si mi hijo va tener los ojos azules, si va a ser más atlético, o si va a tener mejor memoria?
En este punto se disipa bastante cuál es el límite entre lo que se puede hacer y lo que no.
Además, por mucho que nos duela y nos corroa por dentro; este mundo se mueve por dinero. Esto supondría que sólo los ricos podrían disponer de estos servicios. “¿Me estás diciendo que solo porque tengas más dinero, el pelo rubio con mechas de color miel de tu hijo tiene más prioridad que esta leucemia que lleva atormentando a mi familia durante cuatro generaciones? El ejemplo es claramente descabellado, pero no es nada más allá del tipo situaciones que surgirían todos los días.
Claro está. Las argumentaciones anteriores apuntan hacia otra nueva posibilidad: no sacarlo a la luz.
Aquí surge otro problema. A lo largo de nuestra historia, ha habido ciertos puntos en los que se ha reducido más que notablemente el número de habitantes; en momentos como el de la peste, en las guerras mundiales, etc. Por muy duro que suene, es algo necesario. A ninguno nos va a gustar, sin embargo, es el curso de la evolución. En el Siglo XIV, la población de Europa se redujo a la mitad por causa de la Peste Negra. Actualmente somos alrededor de 7 mil millones de personas; (sin contar con guerras) no quiero ni imaginarme el número de habitantes que seríamos si no hubiésemos pasado por “el filtro de la Peste). Es así como, con estas modificaciones y avances, cada vez seríamos más, y esto ya es una amenaza que nos presiona hoy en día: “Va a llegar un momento en el que no tengamos sitio para toda la humanidad”. Así que, como viviríamos más sanos, más tiempo y mejor, también se aceleraría la llegada de este “punto lleno”, lo que supondría un serio problema, difícil de resolver.
Las opciones en este aspecto son limitadas; la opción de dejarle la decisión a otro también existe, pero es tu descubrimiento así que es tu responsabilidad.




Confiar en la humanidad, como parte de la primera opción podría ser factible. Nuestro personaje presentaría este increíble avance y lo dejaría en las manos de nuestras avariciosas mentes, hambrientas de poder y de riqueza, sin pensar en las consecuencias que nuestros actos acaecerían. “¡No! ¿Cómo puedes decir eso? Tienes que confiar en la bondad de las personas, en las almas caritativas, en las personas de verdad…” Ahí está el problema “en las personas de verdad”. Claro. Claro que las hay, la cuestión es dónde. No me atrevo a comparar el porcentaje de gente que utilizaría semejante poder con buenos fines “utilizando la cabeza”. A ver, tampoco quiero ser malinterpretado; me considero una persona bastante optimista y suelo considerar a las personas como “buena gente” ya de entrada. Pero el problema es que es algo demasiado grande.
Se nos escaparía de las manos. Bajo mi punto de vista, la humanidad no está preparada para tal descubrimiento. Si la decisión estuviera en mis manos, destruiría mi trabajo, por muy costoso que hubiese sido, al darme cuenta de cómo está el mundo.
Dejaría tiempo, tiempo para que evolucionásemos, madurásemos como especie, y realmente nos diésemos cuenta de los problemas que ya tenemos entre nosotros e intentásemos solucionarlos, antes de querer presentar otros nuevos cada vez más difíciles.
Somos increíbles, podemos llegar a metas grandísimas. Solo, preparemos la alfombra roja para que cuando tenga que llegar, llegue en condiciones.

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