Hace
un par de días, al terminar una clase de biología, a raíz de los cromosomas y
genes que estábamos estudiando, surgió un pequeño debate entre algunos de
nosotros, referente a la modificación genética humana.
Hoy
en día, vas al supermercado y ya casi nada es como era. “No, yo solo consumo
alimentos naturales…” Pero, ¿qué me dirías si te demostrara, que incluso los
tomates que compras (supuestamente naturales), han sido modificados
genéticamente para ser más rojos, más grandes y más apetecibles? De hecho, recientemente
“se han creado” las primeras vacas transgénicas con un gen modificado que les
hace inmunes a la tuberculosis. Esto no es ninguna broma, sino más bien, una
realidad que cada vez va a estar más presente en nuestra sociedad.
A
dónde quiero llegar con lo anterior es que, si se ha podido hacer con vacas,
peces, cerdos, mosquitos, etc., ¿por qué no hacerlo con humanos; para hacernos
más fuertes, más altos, más guapos e incluso, menos vulnerables a las enfermedades?
La ciencia lo tiene claro, SE PUEDE.
La pregunta es: ¿Debemos?
Imaginémonos
la siguiente situación:
El
mejor grupo de científicos del mundo está trabajando para buscar la forma de
modificar genéticamente a los humanos. Pero hay un “aventajado” que es nuestro
personaje. Dentro del equipo, él es el único que llega a descubrir lo que andan
buscando. Pero, al alcanzar su objetivo, él es un hombre precavido y se detiene
a meditar si ha de hacerlo o cuáles son sus opciones.
La
primera, y más evidente, sería la de seguir adelante con la investigación y
presentarle al mundo la nueva posibilidad que la ciencia nos ha brindado.
Al
llevar a cabo este descubrimiento, las posibilidades serían casi infinitas:
cánceres curados, aumento más que significativo de la esperanza de vida,
erradicación de la malaria, eliminación de enfermedades degenerativas desde los
primeros días del embarazo, adiós al SIDA, mejoras de salud en general, etc.
En
conjunto, supondría un increíble avance desde el punto de vista evolutivo (Siempre
habría gente que, al no ocurrir de forma natural, sino ser una intervención por
nuestra parte, no lo consideraría evolución).
Pero ya que estamos, ¿por qué yo, como padre, no
voy a poder decidir si mi hijo va tener los ojos azules, si va a ser más
atlético, o si va a tener mejor memoria?
En
este punto se disipa bastante cuál es el límite entre lo que se puede hacer y
lo que no.
Además,
por mucho que nos duela y nos corroa por dentro; este mundo se mueve por
dinero. Esto supondría que sólo los ricos podrían disponer de estos servicios.
“¿Me estás diciendo que solo porque tengas más dinero, el pelo rubio con mechas
de color miel de tu hijo tiene más prioridad que esta leucemia que lleva atormentando
a mi familia durante cuatro generaciones? El ejemplo es claramente
descabellado, pero no es nada más allá del tipo situaciones que surgirían todos
los días.
Claro
está. Las argumentaciones anteriores apuntan hacia otra nueva posibilidad: no
sacarlo a la luz.
Aquí
surge otro problema. A lo largo de nuestra historia, ha habido ciertos puntos
en los que se ha reducido más que notablemente el número de habitantes; en
momentos como el de la peste, en las guerras mundiales, etc. Por muy duro que
suene, es algo necesario. A ninguno nos va a gustar, sin embargo, es el curso
de la evolución. En el Siglo XIV, la población de Europa se redujo a la mitad
por causa de la Peste Negra. Actualmente somos alrededor de 7 mil millones de
personas; (sin contar con guerras) no quiero ni imaginarme el número de
habitantes que seríamos si no hubiésemos pasado por “el filtro de la Peste). Es
así como, con estas modificaciones y avances, cada vez seríamos más, y esto ya
es una amenaza que nos presiona hoy en día: “Va a llegar un momento en el que
no tengamos sitio para toda la humanidad”. Así que, como viviríamos más sanos,
más tiempo y mejor, también se aceleraría la llegada de este “punto lleno”, lo
que supondría un serio problema, difícil de resolver.
Las
opciones en este aspecto son limitadas; la opción de dejarle la decisión a otro
también existe, pero es tu descubrimiento así que es tu responsabilidad.
Confiar
en la humanidad, como parte de la primera opción podría ser factible. Nuestro
personaje presentaría este increíble avance y lo dejaría en las manos de
nuestras avariciosas mentes, hambrientas de poder y de riqueza, sin pensar en
las consecuencias que nuestros actos acaecerían. “¡No! ¿Cómo puedes decir eso?
Tienes que confiar en la bondad de las personas, en las almas caritativas, en
las personas de verdad…” Ahí está el problema “en las personas de verdad”.
Claro. Claro que las hay, la cuestión es dónde. No me atrevo a comparar el
porcentaje de gente que utilizaría semejante poder con buenos fines “utilizando
la cabeza”. A ver, tampoco quiero ser malinterpretado; me considero una persona
bastante optimista y suelo considerar a las personas como “buena gente” ya de
entrada. Pero el problema es que es algo demasiado grande.
Se
nos escaparía de las manos. Bajo mi punto de vista, la humanidad no está
preparada para tal descubrimiento. Si la decisión estuviera en mis manos,
destruiría mi trabajo, por muy costoso que hubiese sido, al darme cuenta de
cómo está el mundo.
Dejaría
tiempo, tiempo para que evolucionásemos, madurásemos como especie, y realmente
nos diésemos cuenta de los problemas que ya tenemos entre nosotros e intentásemos
solucionarlos, antes de querer presentar otros nuevos cada vez más difíciles.
Somos
increíbles, podemos llegar a metas grandísimas. Solo, preparemos la alfombra
roja para que cuando tenga que llegar, llegue en condiciones.
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